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Reescribiendo mi historia

Cuando pienso en sufrimiento y con el tema de este mes sobre reescribir mi historia y resignificar el dolor, se me vienen a la cabeza miles de cosas, entre esas, lo bendecida que he sido todos estos años, porque mis dolores han sido manejables para mí.  Pienso en las personas que sufren tanto, que les pasan cosas horribles todos los días y doy gracias por ese privilegio que ha sido vivir con relativa tranquilidad hasta hoy.

Pero acaso, ¿estamos preparados para sufrir?  ¿Por haber sufrido mucho, somos más expertos? ¿No sufrir tanto, nos hace más vulnerables?  ¡Como si tuviéramos que pasar por un «valle de lágrimas» como requisito de la existencia!

Creo que se nos ha llenado de frases como la anterior en una cultura donde desde que «cometimos el pecado original» se nos expulsó del paraíso y fuimos condenados a una vida de sufrimiento y tragedia.  Casi que disfrutar nos hace sentir mal; tener dinero, ser bonitos, tener buena suerte, tener una vida alegre y sin tantos dolores, todo nos hace sentir culpables, no «merecedores de tanto».

La vida es lo que es.  Una hermosa combinación de alegrías y tristezas; de belleza y fealdad, de bueno y malo.  Pero cada uno recibe y procesa de manera única lo que le sucede.  Algunos decidimos ver lo bello, lo bueno y la posibilidad, sin decir que eso nos haga inmunes al sufrimiento.  Otros decidimos ver la vida desde lo trágico, lo peligroso y el miedo nos domina, pero también de vez en cuando disfrutamos de una que otra alegría.

La reflexión hoy es, si es posible cambiar nuestra historia, o al menos cambiar nuestra manera de percibirla y hacer algo con lo que nos pasa.

El sufrimiento lo vive cada quien de manera diferente.  Es personal, único y tiene un significado muy especial dependiendo del contacto afectivo que se tenga en el momento.  Es una sensación emocional, por eso hay cosas que nos duelen más a unos que a otros.  Por ejemplo, cuando hemos perdido nuestro trabajo o tenemos una crisis económica muy fuerte y hemos estado acostumbrados a un estilo de vida muy lleno de satisfacciones, puede ser que la situación nos abrume y llegue a desbordarnos.  Otro que no haya tenido la misma situación o que esté acostumbrado a una vida mas frugal encontrará excesivo el sufrimiento de aquel.

Pero los sufrimientos no son comparables, el dolor es personal y es imposible juzgarlo desde una posición propia.  Lo único que podemos es intentar tener compasión por el otro.

Cuando escuchamos al otro contar su historia debemos tener en cuenta esa unicidad y darle validez, para poder acompañar.  La escucha no debe ser desde lo que yo siento, o desde mis creencias, ni siquiera desde mis conocimientos sino desde la empatía y la comprensión de lo que el otro percibe, sin juzgarlo, para poder estar presente desde la compasión (padecer con… el otro).  Y no se trata de entender, porque no nos es posible entender a menos que hayamos pasado por lo mismo, y ni así, pues cada circunstancia es singular. 

Sólo se trata de estar ahí para lo que la otra persona pueda necesitar.  Una presencia activa, que también puede ser silenciosa pero disponible.

Y para reescribir mi historia, para resignificar mi dolor necesito hacerlo presente, contactar con él activamente.

Poder hacer contacto con mi dolor significa poder salir de mí para verme en esa situación; aunque en el momento más álgido lo único que quiera es retirarme y aislarme de todo, a oscuras, acurrucada y arrunchada. 

Este es un primer paso necesario para darme el permiso de sentir, pues el dolor no se va a ir aunque queramos ocultarlo, dormir todo el día, tomar tranquilizantes etc…  Es importante llorar, gritar, pensar, expresar, escribir.  Porque si no puedo salir de mí, me quedo sumido en él, resignado a lo que me pasó pero sin poder hacer nada;  al aceptar activamente es cuando me movilizo para ver mas allá de mi dolor y poder descubrir una nueva vida posible (trascender), con una mirada hacia otro sufriente; con la capacidad de poder abrazar una causa o ir en pos de algo.  Aunque siga llorando y sufriendo…

En esta medida puedo continuar co-creando una vida nueva con lo que pasó.  Es decir integrando lo que pasó, no negándolo sino recordando desde el amor, desde lo que fue valioso, desde el legado, el aprendizaje, de manera que me de un impulso nuevo para entregarme a algo o a alguien, con todo mi ser. Encontrarle un sentido a lo que pasó.

Dar un nuevo significado hace que tanto sufrimiento no sea en vano.

Esto que hemos desmenuzado es para todos los sufrimientos.  No únicamente para los que nos confrontan con la muerte física de un ser querido o con la propia.  Porque cada vez que sufrimos, es una muerte existencial a lo que éramos antes y se abre la posibilidad de ser nuevamente, de una forma diferente.

Es algo que se puede ejercitar, como una habilidad, desde lo pequeño.  Lo podemos enseñar a nuestros hijos. Si, enseñar a sufrir, a frustrarnos, a saber que cuando algo no se nos da de la forma en que queríamos, o cuando tomamos decisiones difíciles que nos hacen renunciar a algo (elegir implica perder otra cosa) podemos usar eso como trampolín para ver todo con ojos de aceptación, de nuevas posibilidades; vamos adquiriendo la habilidad de encontrar sentido en el sufrimiento, en el azar, en la pérdida y el dolor.

¿Cómo vives cuando sufres?

Si tienes alguna pregunta o quieres que te ayude a resolver ese sentimiento, me puedes escribir por cualquiera de mis redes y con gusto nos pondremos en contacto.

Emily Atallah

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