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¿Me pongo las gafas de la compasión y el perdón o sólo las de sol?

Antes de iniciar cualquier actividad, preparamos los implementos que necesitamos o lo que tenemos que llevar.  Las mujeres en nuestros bolsos metemos de todo, por si acaso y podemos encontrar desde implementos para costura hasta un botiquín entero, pasando por algunos ganchos para el pelo, maquillajes, nodrizas para la ropa, etc…

¿Pero por qué razón no hacemos lo mismo con nuestra persona cada día?  ¿Por qué no nos revestimos el ánimo antes de empezar nuestras tareas diarias y hacemos un firme propósito de ver al otro con ojos de compasión, de permitir a cada persona ser en su libertad; no dejar que nuestras emociones nos dominen para que no sean las circunstancias las que determinen nuestro grado de felicidad en el día?

La propuesta de hoy es ver la vida cada día con las gafas puestas, las de la compasión y el perdón.  No estoy sugiriendo que perdonemos aquella infidelidad, o una traición, o una injusticia enorme contra nosotros y que venimos cargando durante años.  No.  Para eso hace falta un proceso decidido y dedicado.  Me refiero a lo cotidiano, a las pequeñas faltas que percibimos por parte de los demás y a los errores que nosotros cometemos y que hacen que decaigamos en nuestros propósitos. 

Tratemos de reconocer que cargamos una gran cantidad de rencor en nuestro corazón y de resentimientos que no nos dejan vivir una vida plena y significativa.  Empecemos por ver el mundo y sus injusticias; cada vez que prendemos el televisor y escuchamos las noticias, se nos revuelve el estómago.  Pero nos vamos acostumbrando y al final no pasa nada.  Una forma de hacer algo es ser solidarios con los desconocidos.  Hacer algo por alguien cada día (o al menos una vez por semana) sin esperar nada a cambio. 

Podemos hacer conciencia de nuestra actitud ante la vida, tantas veces derrotista, cuando vemos la situación de nuestro país, o cuando nos centramos en nuestros propios dolores, en las carencias, en el futuro incierto.  Y podemos cada día agradecer algo que sí tenemos y disfrutarlo.  Desde la salida del sol, hasta el poder respirar, que nos indica que estamos vivos.

Hacer algo con nosotros mismos para auto conocernos mejor y saber qué es lo valioso realmente para cada uno y así dejar los deberismos sociales que nos crean tantas culpas irreales, tantos sentimientos de vacío al no caminar nuestro propio camino.  Y escoger mejor a quienes nos acompañan día a día en la vida; personas que se alineen con nuestros sueños y con nuestras convicciones personales y no personas que seguimos por inercia, por querer pertenecer a una sociedad en masa que nos quita nuestra individualidad.  Recordemos que somos únicos e irrepetibles.  No hay nadie igual y ahí radica nuestra belleza y gran valor.

En nuestro entorno laboral donde pasamos la mayor parte de nuestro tiempo, tenemos gran cantidad de oportunidades diarias para ver la vida con estas gafas especiales de amor, compasión y perdón.  Es muy triste vivir en la amargura, el sentimiento de insuficiencia y fracaso.  Pensemos en cómo podemos cambiar la quejadera de nuestro trabajo y hacerlo de forma diferente.  Ponerle pasión a lo que hacemos, ser originales, servir a alguien aunque sea en lo pequeño, mejorar nuestras relaciones con los compañeros de trabajo. 

Es una cuestión de actitud ante la vida en la que muchas veces nos quedamos atrapados sin siquiera darnos cuenta, y cuando volteamos a mirar, llevamos muchos años en un hueco de sinsentido en el lugar de labor.  Y esto es muy triste, cuando podemos hacerlo diferente, aún sin que tenga que ser la ocupación de nuestros sueños.  Todo lo que hacemos significa una diferencia en el mundo y está en nosotros verla y encontrar el valor, que sale de lo que entregamos al mundo.

Ver con estas gafas tan especiales que les propongo nos ayuda a salir de la rutina diaria de la convivencia incondicional en nuestra familia. 

En estos días de confinamiento por la pandemia, muchas relaciones familiares se han resentido; inclusive se han terminado y las personas se han visto envueltas en una cantidad de resentimientos que no habían experimentado al tener que salir a trabajar/estudiar durante el día y volver solo para la hora de la cena. 

Me ha impactado el hecho de que familias que se veían muy sólidas y amorosas, se encontraron con que tenían un compartir superficial; sólo se enumeraban lo que habían realizado pero en el momento en el que les tocó convivir 24/7 se dieron cuenta de la cantidad de resentimientos que manejaban.  En lo profundo, había mucho que trabajar y se había dejado pasar por la velocidad de una vida centrada en hacer mucho y ser poco.

La invitación hoy es a reflexionar en lo que podemos hacer, en lo que está en nuestras manos para llevar una vida mas significativa, donde podamos ver posibilidades, relaciones y vínculos profundos; sueños cumplidos y errores perdonados. 

Una vida llena de vulnerabilidad pero también de coraje para hacer el cambio; para estar presentes para el otro y entregar lo mejor de nosotros al mundo.

Emily Atallah

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