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Lo valioso en mi cotidianidad

Cuando hablamos de valores, relacionamos la palabra con espiritualidad, ética y moral.  Nos viene a la mente la honradez, el respeto, la laboriosidad, la bondad, la gratitud y otras tantos términos que indican que una persona es más o menos «buena» o que determinan sus actos como correctos.

Y eso está muy bien, valores de éste tipo son como el esqueleto de nuestras acciones.  Si me valoro como una persona honrada, mis actos serán siempre guiados por la honradez, la rectitud y la transparencia. 

Pero como hablábamos en otra oportunidad, un valor no es en sí mismo algo tangible, sino que debe ser depositado en algo, en una persona, un objeto, una idea, un proyecto, una circunstancia.  Es como el color rojo, que nos es en sí mismo, sino que lo podemos ver plasmado en una manzana roja, por ejemplo.

Con los valores pasa lo mismo.  Vemos los actos de una persona honrada; la gratitud es una actitud que tiene una persona ante la vida que va mas allá de dar las gracias.  Los valores deben ser encarnados, es decir interiorizados por la persona que los practica.  O sino, no son nada, se quedan en el aire.  Es por eso que aunque hablemos mucho de ellos, hay tantas personas que actúan en contra de ellos.  No por decir que soy respetuoso, lo soy, a menos que haya interiorizado y me haya apropiado de ese valor porque me atrae personalmente, sé que es bueno para mi y me llama a vivir de manera respetuosa, es decir a practicar el respeto en toda circunstancia.

Valores son una responsabilidad de actuar ante la vida, de una persona concreta en un momento concreto de su vida.  Y por medio de nuestra conciencia, podemos intuitivamente ver un valor como revelador de sentido de vida en una situación determinada. Son los que nos ayudan a vivir por convicción y con coherencia.

Los valores pertenecen a un mundo mucho más amplio y cotidiano de lo que creemos y están en un rango que incluye todas las actividades que realizamos en el día a día, desde cocinar, jugar futbol, leer, lavar la ropa, etc…. Hoy vamos a hablar de los valores, que no por ser más cotidianos y corrientes, y mas cercanos a nuestros sentidos, son menos «importantes» que los valores morales, éticos y sagrados.  De hecho, muchas veces los subvaloramos, los despreciamos y los tomamos como banales, sin darnos cuenta que son tan importantes como cualquier otro y no por su menor duración en el tiempo o porque nos afecten solamente a nosotros o a nuestro círculo cercano sean menos reveladores del sentido de vida. 

Estos valores traen a nuestra existencia sensaciones de bienestar, de belleza, de contacto real con nuestro entorno.

Los valores sensibles, vitales y estéticos son los valores referidos a lo sensorial, yo diría más físico y corporal -aunque también psicológico- que percibimos con nuestros cinco sentidos.  Y por esto son menos profundos en cuanto a la satisfacción que nos producen, que es más inmediata; son menos duraderos en el tiempo, son más variables, pero también son más fáciles de trabajar y conocer, porque tienen que ver con lo que nos gusta o desagrada.

Como las decisiones las tomamos de acuerdo con lo que nos es valioso, muchas veces nos quedamos en el tipo de decisiones que tienen que ver con nuestra calidad de vida, con nuestra apariencia física y todo lo relacionado con estos valores mas tangibles, que son con los cuales nos hemos contactado fácilmente.  No lo llevamos más allá, a lo espiritual y trascendente (específicamente humano)  para conectar con aquello que está fuera de nosotros y que nos lleva a experimentar el amor o a entregarnos por alguien o algo, a abrazar una causa.

Igualmente creo que parte de conocernos a fondo y saber exactamente qué es lo que nos gusta, lo que necesitamos y qué queremos alcanzar para el tipo y calidad de vida que queremos llevar, es el contacto con estos valores y la claridad que tengamos.  De lo contrario es muy fácil dejarnos llevar por la sociedad, por el marketing y la publicidad y caer en un estilo de vida que no nos pertenece realmente sino que ha sido construido para que nosotros consumamos lo que se nos ofrece sin detenernos a pensar.

Este tipo de valores es muy atrayente, precisamente por ser tan visibles y apelar a nuestros sentidos.

En los valores sensibles son los más subjetivos y se refieren a la preferencia de bienes que nos producen placer o disgusto y desagrado.  Sabores, olores, sensaciones placenteras.

Lo valores vitales están relacionados con el bienestar general que nos gusta experimentar.  La salud, la productividad, la fuerza vital y los bienes que los facilitan.  Rutinas de ejercicios, tipo de alimentación, medios económicos que nos ayudan a experimentar la calidad de vida, tipo de trabajo

Los valores estéticos son los que nos producen el orden la belleza y la armonía y que nos agradan y aprobamos o buscamos en nuestra vida.

Por ejemplo, cuando hago una receta, me fijo en que tenga un sabor especial que me agrade y que corresponda a esa receta (valores sensibles), como una torta de banano que me encanta, a la cual le pongo los bananos a punto de estropearse, lo que le da el sabor y el dulzor adecuado.  Me gusta mucho decorarla con unas rodajas de banano deshidratado y flores de Jamaica (valores estéticos), y eso si, no agrego nada de azúcar, sino la natural de la fruta que he utilizado y la hago con harinas integrales o de almendra que es mucho más saludable (valores vitales). Hoy en día no nos damos tiempo para pensar en estas cosas, la velocidad de la vida nos arrebata el contacto con lo importante, especialmente en la cotidianidad.

Te invito hoy a realizar prácticas que te ayuden a vivir de manera más consciente e intencionada:

  • Mindfulnes para centrarnos en la respiración, la comida, el movimiento.
  • Prácticas de conciencia plena en contacto con el arte, la música, la naturaleza.
  • Focusing para hacer contactar nuestras emociones con las sensaciones corporales y psicológicas.
  • Lectura diaria.
  • Escuchar música binaural.
  • Ejercicio cardiovascular 30 minutos/día.
  • Oración/meditación/reflexión y silencio diario.
  • Nombrar las emociones, reconocerlas y permitirse sentir.

Emily Atallah

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