¿Cómo nos estamos sintiendo? Esa es la pregunta desde hace ya un año y medio cuando nuestro mundo se encontró con que lo normal, lo conocido y rutinario se nos ponía «patas arriba». Y es difícil definir tantas emociones, poder separarlas e identificarlas para asimilar lo que sucede en nuestro interior y exterior.
Y es que uno siempre tiene una serie de expectativas, sobre lo que va a suceder, la duración del evento, la forma en que me afectará etc…. pero la realidad es muy diferente en la mayoría de los casos. Por ejemplo, cuando todo lo de la pandemia empezó, y estábamos totalmente encerrados, lo primero fue un shock inicial y pensar la forma tan repentina en que cambian las cosas. Sin embargo, para mí, que trato de ver lo positivo en cada situación, fue una oportunidad para detenerme y hacer un plan diferente, a corto plazo. El caso, es que yo estaba segura de que para julio de 2020 eso estaría resuelto. No me cabía en la cabeza que nosotros fuéramos capaces de llegar a la luna y casi a Marte, de lanzar cohetes al espacio exterior, imaginar tantas cosas, crear tantas maravilla, curar tantas enfermedades, y que un pequeñísimo virus nos fuera a afectar de la manera en que lo está haciendo. No me cabía en la cabeza una pandemia como posibilidad real en pleno siglo 21. Y aquí estamos, empezando apenas vacunación un año después, unos países con mayor rapidez que otros, pero un panorama que continúa incierto hacia adelante. Aún me sorprende lo que sucede y me cuesta trabajo entenderlo racionalmente.

Esa es la realidad que es muy diferente a la expectativa; también a nivel emocional, a nivel familiar y personal. Siempre creemos que tenemos el control y no imaginamos lo difícil que puede ser tener nuestras emociones a flor de piel y convivir con otros que están también dominados por las suyas propias. No es tan fácil lograr el bienestar, lograr la productividad, lograr compaginar niños, pareja, trabajo, familia y vida social al mismo tiempo que estamos encerrados 24/7. Y eso sin contar con el temor a perder la salud por el contagio o haber perdido seres queridos de formas muy sufridas e inesperadas y muchas veces con mucho por vivir aun.
Y la realidad, esa dura y difícil es la que se convierte en normalidad. El estar en medio de la incertidumbre, el enfrentar la falta de trabajo y las condiciones económicas y sociales que se deterioran cada vez mas a medida que pasa el tiempo. El no saber que vendrá después, que medidas nos seguirán afectando y también el darnos cuenta de que una pandemia si es posible en pleno siglo 21.

Lo importante es aceptar que todo esto se está dando y que no volveremos a lo que nosotros llamábamos «normal» de antes. Y en verdad, siempre es así. Somos seres cambiantes, el agua no pasa dos veces por el mismo rio. Cada día somos otros, nuestras vivencias, los encuentros que tenemos, todo lo que percibimos nos hace diferentes. Y nos vamos acostumbrando. En la aceptación está ese poder de ver con ojos de realidad lo que sucede, aunque no esté bien y poder tomar cartas en el asunto. Cuando nos resignamos, lo que hacemos de dejar así, no actuar sino barrer bajo el tapete o cerrar los ojos a la realidad. Pero cuando aceptamos, abrazamos nuestras emociones, abrazamos el hecho de que nuestra relación de pareja se ha deteriorado, abrazamos que necesitamos un cambio de trabajo o de actitud ante nuestra paternidad/maternidad. Y entonces, nos hacemos cargo. Tomamos decisiones.

¿Qué hacer entonces? Aquí te dejo unos tips:
- Dejar de mirar el pasado. El quedarnos pensando que todo tiempo pasado fue mejor, no nos deja avanzar. El pasado ya no está y lo que tenemos ahora, es lo que hay realmente.
- Dejar de pensar en un futuro determinado por nuestro pasado. Estar diciendo que cuando todo acabe si podremos hacer esto o lo otro, que cuando todo vuelva a la normalidad podremos mejorar nuestras relaciones familiares, etc…. Es querer que nuestro futuro esté determinado por una supuesta felicidad que no era cierta, sino que era una utopía. La realidad, es que si hoy tenemos una pésima relación de pareja, no era que antes fuera buena, sino que estábamos acostumbrados a mal vivir en ella. Estábamos adormecidos en un trabajo que no nos satisfacía, en una vida sin sentido. Las circunstancias cambiaron y nos abrieron los ojos. Eso es todo.
- Contactarte con tu ser interior. Eso suena muy zen, pero es que a veces la vida nos pasa por encima y necesitamos algo que nos lleve a parar y volver a nuestra esencia. En el silencio logramos escucharnos a nosotros mismos y al entorno. Y retorna nuestro poder personal, que nace del interior y no de los estímulos constantes que nos llevan a reaccionar ante todo en lugar de decidir desde el sentido. Silencio al menos 5 min. diarios, sin esperar sentir nada, sin desear nada, sin pensar en lada.
- Si te sientes estancad@ y no logras salir adelante del desaliento y el agobio, pide ayuda. Esa es la valentía de quien quiere vivir una buena vida (la única que tenemos) y no se conforma con vivir a medias, o se resigna a vivir mal.
La invitación es a la reflexión y a vivir en el presente, poniendo la acción en lo que toca hacer hoy. Ahí está la magia.