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El Valor de la Mujer

En el mes de la mujer quiero enfocarme en temas que nos tocan y que por supuesto, no son exclusivos de nosotras, sino que incumben a los hombres por igual.

Hablar sobre las mujeres y sus luchas es un tema que muchas veces enciende toda clase de extremos y pasiones y la idea es analizar, abrazar, aceptar y desde ahí recoger aprendizajes para poder ver posibilidades.

Creo que tener que vivir conquistando derechos cansa, y lo vemos en tantas mujeres que parecen andar resignadas por la vida, haciendo “lo que toca” y agotadas de hacerse cargo solas de su mundo.  Es difícil tener que demostrar que se es capaz, que se es igual como ser humano, que se merece estar bien, que se es digna de ser amada y a la vez sufrir el  abandono de la pareja, violencia, soledad, discriminación, acoso.

Tener que estar defendiendo lo que se piensa, lo que se dice y lo que se hace bajo la mirada escrutadora del que dirán y del juicio desde los «deberías» sociales y culturales.  Tanta lucha nos lleva muchas veces a perder nuestra identidad.  De tanto tener que reclamar, perdemos lo que nos hace únicas e irrepetibles, incluso ante nuestros pares, que toman posiciones radicales y se convierten en la daga directa al corazón de la esencia de ser mujer.

Hoy mas que nunca es necesaria la reflexión, el silencio y el contacto con nuestro interior para conectarnos con nuestro valor esencial.  No tenemos que dejar de ser para ser otras.  Tenemos que aportar desde nuestra originalidad, no igualarnos (que es diferente a igualdad de condiciones y derechos) para obtener lo que es justo.  Me da mucha tristeza que por tener que estar conquistando espacios hemos recibido una carga doble. 

La mujer hoy en día es madre, esposa, trabajadora, cuidadora y pocas veces recibe el apoyo de su pareja quien también se ha visto afectado por todo lo que trata de acabar con el patriarcado.  El hombre se ve desdibujado, no sabe que lugar ocupar en el mundo, pues ella hace todo y demuestra que lo hace bien.  ¿A qué costo?  Sufrimos mujeres y hombres, sufre el “ser humano”.

Cuando trabajamos en nosotras mismas, dejamos de buscar afuera, lo que tenemos dentro.  Poder ser con nosotras, sin esperar que nos llegue del exterior, que ha sido la constante en la educación de la mujer desde la antigüedad (nosotras para “servir” y siempre “otro nos provee y cuida” el padre, el marido, el hermano).  Está empezando a cambiar, pero requiere que nos re-conozcamos en nuestra esencia y nos valoremos y que permitamos que el hombre pueda también ser de otra forma.  Sin ambigüedades;  exigimos igualdad pero soñamos con príncipes azules que cumplan con los estereotipos.  Hay que dejar al hombre ser y ejercer.

Nadie puede elegir por nosotras, aunque haya sido de esta forma durante milenios.  Elegimos como relacionarnos con nuestro mundo interno y externo y parte de poder hacerlo es educar también al hombre para que cambie su estructura mental de poder por una de respeto, amor y compasión en la igualdad, la libertad (y responsabilidad) de elegir.

Vemos mujeres sobrecargadas de trabajo, extenuadas, pero también vemos hombres que caen en el vacío existencial porque no encuentran el sentido de vida, el para qué de lo que hacen.  Se han quedado sin piso, al no poder reconocer su energía masculina en sus emociones, sus sentimientos la forma en que el masculino es masculino. Y también reconocer su energía femenina en ellos, porque somos compañeros, colaboradores y compartimos humanidad.  No es una cuestión de roles ni tareas que correspondan a unos y otros.  Es una forma de ser en el mundo, de existir en relación.

Cuando no educamos a nuestros hijos en el respeto por la vida (toda vida), en el reconocimiento del otro como un igual, en una humanidad compartida, cometemos el error de producir seres humanos desconectados del universo, violentos, que ven al otro como un objeto para su placer y propiedad y lastimosamente capaces de herir y aniquilar.  Sin compasión.

La pregunta es ¿cómo ser proactivos frente al cambio cultural que se viene dando en muchos lugares del mundo y que lejos de estar resuelto debemos continuar, para que las generaciones de mujeres y hombres se miren diferente?

Creo que vivir de manera intencionada y conociendo lo que es valioso para nosotras es la clave para desbaratar las estructuras patriarcales, que al final dictan las conductas y el concepto de lo que está bien o mal.  El patriarcado es una estructura cultural que se estableció hace 2500 – 3500 años, por la forma de vida que se empezó a adoptar cuando dejamos de ser nómadas.  Pero aunque cada quien tiene su lugar en el mundo y sirve a los demás desde su espacio propio, no significa que deba existir ningún tipo de dominación por parte de ningún género, profesión, raza, situación de poder etc…

Vivir desde lo valioso nos lleva a ser incluyentes, a defender la igualdad de oportunidades, a equiparar los deberes y derechos, en fin a vernos como seres humanos dignos y valiosos en la diferencia.  Sólo viviendo desde la humanidad compartida podremos dejar de lado la discriminación de cualquier tipo y podremos regalar segundas, terceras e innumerables oportunidades independientemente de que estemos de acuerdo con la forma de vivir del otro.

No es fácil cambiar las estructuras, pero si es posible. Nuestras creencias nos hacen poderosos o débiles. Flexibilidad, adaptación, cambio.

¿Que hemos dejado que entre en nosotras?  ¿Cómo hacemos para hacer  realidad el cambio de paradigmas?

Qué pasaría si nos conectamos con nuestra feminidad, nos valoramos y amamos lo que somos; nos sabemos capaces, suficientes, luminosas, vulnerables, corajudas y desde ahí ponemos límites sanos, vivimos por convicción; exigimos amorosamente que nuestras parejas ejerzan su ser en el mundo y nos complementamos usando las energías femenina y masculina en ambos para vivir una vida más plena y feliz.

-Emily Atallah-

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