Durante años he sufrido de esta parálisis invisible que nos produce el miedo inconsciente, pero que está ahí y que si no logramos verlo, se nos instala en la vida.
No me atrevía a estar sola por miedo a no poder encargarme de mí y de mis hijos económicamente; no me atrevía a hacer videos en YouTube por miedo a quedar expuesta, pues por mi timidez me era muy difícil hablar en público. No me atrevía a escribir, en un blog o un libro, por temor a quedar en evidencia con mi supuesta falta de conocimiento y por no ser escritora de profesión.
Y así un largo etc… que hizo que durante demasiado tiempo me quedara con los sueños guardados y me escondiera detrás de acciones aparentemente importantes como la lectura. Si, me encanta leer, pero ¿cuántas veces leer era mi excusa para aislarme del mundo y no tener que afrontar mis miedos?
Y es que el miedo cotidiano se manifiesta en excusas para no empezar a hacer las cosas; en padecer el síndrome del impostor -tan de moda el término ahora-, cuando ningún estudio, lectura o práctica son suficientes y siempre nos falta hacer algo para lanzarnos.
Se muestra claramente en el juicio que hacemos, muchas veces implacable, a todo lo que sea diferente. Juzgar al otro además de ser lo más fácil, nos ayuda a posicionarnos como víctimas, pues los otros son los culpables de todo lo que pase siempre.
Culpar a los demás nos libra de tener que hacer algo, trabajar en algo nos compromete y por lo que deberemos responder. ¿No será ese el miedo a exponernos?
El miedo se manifiesta también en el conformismo y la resignación y cuando nos damos cuenta se ha pasado la vida y no nos atrevimos a involucrarnos en una nueva relación por miedo a sufrir, o a cambiar de trabajo porque es mejor malo conocido…
Le hemos entregado nuestro poder, nuestra energía al miedo y nos hemos escudado en él para no exponer nuestra vulnerabilidad. Es tan fuerte el que dirán, el sentirnos juzgados que preferimos escondernos a brillar, porque ¿qué tal que no brillemos?
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Esto por supuesto es inconsciente nadie quiere quedarse estancado a propósito; nadie quiere dejar a un lado sus sueños.
Nos da mucho miedo la incertidumbre y esa emoción solo trata de cuidarnos para que no vayamos a sufrir, a morir, a perder nuestra identidad, o la idea que tenemos de quienes somos.
Pero la mayoría de miedos que tenemos, son miedos imaginarios, porque en realidad, no han sucedido.
Nos anticipamos a lo que podría pasar y eso naturalmente nos hace protegernos de lo que pensamos que nos podría dañar.
El miedo se va instalando en nuestras fibras sensibles y se va convirtiendo en una forma de vida. Y sin darnos cuenta le entregamos nuestra vida y nuestra felicidad a cosas y situaciones externas.
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Vivimos con miedo a la inseguridad, a los virus y bacterias, a la enfermedad, a la muerte, a las personas que lucen o piensan diferente, al cambio climático, al político de turno, a la situación mundial, etc… y lo cuidamos y lo alimentamos con noticieros, redes sociales, conversaciones con amigos. Le damos credibilidad a todo sin corroborar nada y nos confundimos hasta perder literalmente nuestra vida en ello.
Y nos dejamos absorber por ese círculo vicioso que en lugar de permitirnos vivir y hacer algo, nos lleva a aislarnos en una burbuja donde nos sentimos algo más seguros. Como todo es mental, ni siquiera esa burbuja nos protege y vemos personas encerradas en su casa, con todas las comodidades, pero quejándose absolutamente de todo, viendo la vida gris casi negra, amargadas, temerosas… ¡Muertas en vida!
La vida está llena de intenciones sin acciones y solo al final de ella cuando la muerte real es inminente, es que nos damos cuenta de que nada era tan grave, que la gran mayoría de cosas que temíamos no sucedieron en realidad y nos perdimos de gozar y disfrutar y con el arrepentimiento de no haber vivido.
Hoy los invito a preguntarse: ¿Qué pasaría si…?
Nos lanzamos con un proyecto que teníamos guardado…
Nos metemos de cabeza en una relación nueva…
Nos arriesgamos con un viaje…
Nos comprometemos con los demás…
Hacemos algo por alguien…
Escuchamos otro punto de vista y le damos una oportunidad…
Imaginamos una forma diferente de hacer las cosas…
Nos atrevemos a expresar lo que pensamos…
Tal vez, aprendemos nuevas habilidades y vemos lo que no debemos hacer; de pronto amemos intensamente; probablemente nos conocemos un poco más y somos capaces poner límites sanos. Al final como decimos en Colombia, nadie nos quita lo bailao; las experiencias que adquirimos, las vivencias, los conocimientos, los errores que cometemos, son los que nos hacen crecer como seres humanos, ser mejores personas. Pero también todo lo que experimentamos se convierte en nuestra vivencia.
Qué triste sería vivir la vida de otros, que es lo que hacemos cuando nos dejamos influenciar por lo que piensan los demás y permitimos que nuestra consciencia se acalle.
La única forma según mi punto de vista y mi experiencia en general, es siendo conscientes e intencionales, todo el tiempo.
Es decir, estarnos cuestionando permanentemente cuando hacemos alguna afirmación: si es realidad, si me ha pasado, si puedo minimizar los riesgos sin tener que encerrarme, si lo que estoy pensando viene de mis convicciones y valores profundos o si son aprendizajes culturales o religiosos adquiridos.
Preguntarnos si lo que escuchamos realmente resuena con nosotros, si podemos darle una oportunidad a lo diferente, si podemos contribuir a hacer las cosas un poco mejor para alguien, para nuestra comunidad. Si hay algo con lo que me pueda comprometer, si en verdad me importa lo que piensen los demás.
Si en realidad vale la pena vivir enconchados como si fuéramos caracoles o tortugas o si es mejor salir a la vida y vivirla en plenitud.
Ahí les dejo la reflexión y me encantaría saber qué opinan…. con mucho cariño,
Emily
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