A principios de año nos encontrábamos haciendo planes y propósitos llenos de esperanza para el inicio de la década. Empezábamos a escuchar de un nuevo virus pero no nos imaginábamos que unos días después el mundo entero iba a estar enfrascado en una de las crisis más grandes en materia de salud y economía. Todo lo que estábamos esperando quedó de un día para otro destruido, paralizado.
Muchos quedaron fuera de sus hogares, de sus países, y se vino una avalancha de noticias trágicas y de medidas restrictivas tratando de contener la expansión del virus y definitivamente nuestra vida cambió. Muy seguramente como todo, saldremos de la crisis con nuevas habilidades, con nuevas vivencias y no volveremos a lo de antes, porque como seres cambiantes, nada vuelve sino se transforma. El cambio en realidad es lo normal.
Hemos perdido seres queridos por muerte, a causa del virus o de las enfermedades que se complicaron por el contagio. Eso nos aterra, y nos confronta con un tema difícil de tratar y que normalmente se deja de lado y se convierte en tabú.
También nos enfrentamos a la pérdida de la salud y a afrontar secuelas de la enfermedad que pueden durar mucho tiempo. Y la incertidumbre que produce la ignorancia frente a una enfermedad nueva, que hasta ahora estamos empezando a estudiar, nos confronta con la pérdida de la tranquilidad al vernos con las personas que son potenciales amenazas a nuestra salud.
Hemos perdido amistades que creíamos fuertes y en este tiempo desaparecieron. Cada quien está enfrentando sus propios fantasmas. Se perdieron amores, cuando nos vimos obligados a convivir en la misma casa, a compartir todas las horas laborales, de entretenimiento, y sueño y nos dimos cuenta de que el estar afuera era un escape a una relación rota.
Perdimos nuestras rutinas, las conexiones profundas con los otros, la comunicación mediante el lenguaje verbal y no verbal. Detrás de una mascarilla me queda difícil leer al otro en su totalidad. No vemos sonrisas, muecas, ni siquiera escuchamos correctamente.
Se han perdido empleos, oportunidades de trabajo, crecimiento empresarial. Y con esto, calidad de vida, esperanza en el bienestar material.
Perdimos la sensación de libertad para movernos, para relacionarnos, para decidir como comportarnos. La libertad de no sentirnos juzgados y actuar según nuestras propias convicciones.
Todas son pérdidas afectivas, porque significan un vínculo especial con algo valioso para nosotros y nos dejan una sensación de vacío y de falta enorme. Y hay que hacer el duelo, que es obvio en la muerte, pero no tan obvio en el resto de pérdidas. El duelo nos ayuda a despedirnos y procesar lo sucedió, para poder avanzar y construir de nuevo.
No me gusta hablar del duelo como una serie de etapas que se deben cumplir en determinado tiempo, por varios motivos: Creo que cada ser humano es único y vive sus relaciones de manera especial. No hay dos personas que vivan la pérdida igual, y no se pueden comparar. Y no creo que haya etapas delimitantes ni tiempos específicos, aunque haya similitudes. Cada persona vive en relación con su existencia y el tiempo del duelo que se haga dependerá de muchos factores que es necesario individualizar, y que se relacionan con el tipo de pérdida, el valor que tiene para la persona, el momento de su vida por el cual atraviesa, etc.
El duelo es un periodo que se transita y lo importante es que no se quede estancado en ese transito, sino que sea móvil, es decir que la persona pueda abrazar la tristeza por la pérdida, pero que pueda poner sus recursos personales para ir creando nuevas relaciones con esa pérdida: de entendimiento, de dejarla ir, de construir nuevamente al darse cuenta de otros valores o de otras cosas importantes en su vida; que aunque nunca reemplazarán al que ya no está, pueden ayudarle a encontrarle de nuevo el sentido a su vida.
No olvidamos, sino que resignificamos el dolor y construimos una nueva relación y una nueva vida posible. Ver posibilidades. La vida es personal, depende de nosotros, de cada uno, como la vivimos.
Hay que despedirse de lo «que era», para seguir otro camino desde lo «que es» la vida ahora. Si no nos despedimos, (y nos despedimos de lo bueno, de lo valioso, de lo que más nos gustaba, de lo que nos traía alegrías), viviremos la relación del pasado, y no podremos construir de nuevo. Estos duelos son muy dolorosos, muchas veces el objeto de la pérdida, el amigo, etc… sigue ahí, nos toca seguirlo viendo pero la relación ahora es diferente.
Unos tips o pasos para afrontar y avanzar:
- Aceptación: Es importante hacer un duelo activo. Es decir, aceptar que ya no está, y que la vida nunca será igual pero que puede ser significativa. Cuando nos resignamos somos pasivos, nos sumimos en la tristeza y no hacemos nada por salir de ahí. Se convierte en un constante recordar, pero sin actuar para poder seguir adelante. Es como la nube que no nos deja ver el cielo azul. Cuando aceptamos, hacemos todo lo posible por ir retirando la nube hasta que el cielo azul aparece y el sol vuelve a brillar. Y empezamos a soltar.
- Soltar: Significa dejar de esperar algo que no va a suceder, con falsas expectativas. Dejar de esperar una cura milagrosa en una vacuna pronto. Más bien usamos la mascarilla y tenemos las precauciones necesarias para cuidarnos y cuidar al otro. Es dejar de juzgar «yo esperaba que se hubiera portado diferente» o lo que “debería haber sido”. Es saber que cada quien hace lo que puede, con lo que tiene en esos momentos. Pero soltar no significa dejar inconcluso o no hacer nada. Significa no querer tener el control total de lo que va a pasar, del comportamiento de los demás, de las decisiones de los otros. Pero significa también ser responsables por lo que nos toca, hacer la tarea. Y para esto se necesita coraje.
- Coraje: No culpar al otro exclusivamente. Asumir la responsabilidad de lo que me corresponda. Ver en lo malo la posibilidad de lo bueno y avanzar hacia eso, cambiando mi actitud hacia el sufrimiento y la pérdida. Ahí está mi responsabilidad: ¿Qué puedo hacer? Desde lo que soy, lo que pienso y lo que valoro, con mis errores y sentimientos. Ponerme manos a la obra para hacer algo por mí y por el otro, y aunque sufra una pérdida, ver la vida más allá, como un todo que está en mis manos trasformar y construir nuevamente. Y para esto se necesita resignificar lo que ha sido para tener un «nuevo es».
- Resignificar: Agradecer y rescatar lo aprendido. Ubicar la relación nuevamente, es decir, no es como antes, es algo nuevo. Bien sea un trabajo que se perdió, una forma de vida que ya no es, un ser querido que ya no está, unas secuelas de enfermedad que quedarán por un tiempo. Agradecer a la pérdida por enseñarnos a enfrentar nuevos desafíos, encontrarnos con nuestra soledad y revisar lo que es valioso en estos momentos, ponernos en el lugar de otros y experimentar lo que viven cada día, a reconocer lo que se tiene o se tuvo. Y ante todo, tener una actitud de perdón y agradecimiento diario. Muchas veces la pérdida es la que nos confronta con lo que tenemos, nos saca de nuestro letargo ante la vida y nos da la gracia y el privilegio de empezar a vivir realmente.
Te invito hoy a no dejar ninguna pérdida sin elaborar, y aprovechar la oportunidad de aprender, crecer y transformar tu realidad.