La pregunta que sugiero que nos hagamos ésta semana es: ¿quién estoy siendo en este momento? Somos seres humanos en una existencia terrena, donde nos relacionamos todo el tiempo con nosotros mismos, otras personas, nuestro entorno y las circunstancias que nos suceden cada día. Y esas relaciones nos cambian constantemente. Nunca somos las mismas personas; todo el tiempo estamos en constante evolución, aprendizaje, y nuestras vivencias son únicas.
Los roles que desempeñamos en determinadas épocas de nuestra existencia nos ayudan a elaborar una identidad del momento; también nuestros errores y nuestras sombras. La cultura en la cual crecemos y las enseñanzas que recibimos a través del tiempo, influyen para que seamos quienes somos en cada instante.
También lo que hacemos con lo que nos pasa, lo que valoramos como propio e importante y lo que decidimos y elegimos en cada momento. Y esto últimos es lo que nos contacta con nuestra verdadera esencia.
¿Por qué, entonces, a veces perdemos nuestra identidad? Nos desdibujamos como seres únicos, que somos, y nos fundimos en la masa que nos trata de hacer creer que para pertenecer tenemos que ser iguales, pensar todos de la misma forma, comportarnos de determinada manera, no opinar, quedarnos callados, condenar la diferencia. Mimetizarnos con el todo, para ser aceptados en el círculo en el que nos movemos. Y apagar esa llama, ese fuego que nos atrae y nos invita a saborear la vida y vivirla plenamente.
Reconocernos en relación y en constante cambio nos ayuda ir viviendo la vida con una actitud de curiosidad. Si sabemos que no sabemos nada de lo que viene, podemos afrontar la vida deseando vivirla, pero sin dejarnos llevar por el miedo a la incertidumbre y quedarnos paralizados o eligiendo vivir una vida en la zona de confort; en la zona que otros eligen para nosotros y estar tranquilos por un tiempo, aletargados y sin sobresaltos. Hasta que llega un día cuando la vida misma nos cuestiona fuertemente para que respondamos individualmente y la vivamos. Es decir hagamos conciencia, elijamos de acuerdo con lo valioso y seamos responsables por nuestras elecciones. No se vale echarle la culpa a nadie de lo que hagamos o dejemos de hacer.
Estar mirando siempre a los demás, fijándonos en las vidas de otros, pensando en lo de afuera en lugar de conectar con nuestro interior nos desgasta y nos deja vacíos. Porque siempre «el pasto del vecino es más verde» siempre lo de afuera se ve mejor, aunque no tengamos ni idea de la realidad en la existencia del otro. Por estar viendo siempre lo de los demás me olvido de cuidar lo propio.
Hay que trabajar en uno, dejar de mirar la vida que los otros que nos presentan desde una falsa realidad. Nadie está metido en la casa del vecino, así que no sabemos exactamente lo que el otro vive. Dicen que el chisme termina cuando llega una persona inteligente; tal vez sea un llamado a cuidar mejor de nuestra vida, reconocer nuestra identidad y aceptarnos para poder desarrollar habilidades propias, mejorar algunos aspectos y reconocernos en toda nuestra luminosidad.

Ser quienes ponemos la pauta y no quienes la seguimos. Para esto se necesita coraje, no es cómodo ser diferente, ser curioso, ser preguntón, no tragar entero. Se necesita valentía para vivir plenamente, pero la satisfacción de una vida bien vivida es lo máximo a lo que podemos aspirar para tener paz interior y no dejar deudas existenciales en el momento de partir definitivamente. Es estar conforme con nuestras elecciones y en caso de no estarlo, aprender la lección, reparar si hubo daño, pedir perdón y perdonarse.
Cuando estamos siempre viendo afuera, tenemos una visión del mundo equivocada; es la visión de otros, no la nuestra. Y eso es agotador. Estar mirando a los demás y sus percepciones del mundo nos lleva a vivir en el miedo, el peligro, el titular amarillista; vivir en la desconfianza y perdernos del disfrute del mundo, de la naturaleza, de la diversidad de pensamientos, de personas, de colores, de puntos de vista.
Hoy te invito a reflexionar para conocer tu interior, abrazarte, aceptarte y decidir cómo quieres vivir tu vida. Cuál es la huella que quieres dejar en el mundo, cómo quieres ser visto y reconocido por los demás.
¡La elección es tuya, sólo recuerda, que no puedes delegarla!

Pregúntate:
- ¿Tengo una identidad propia y me mueven mis valores o me dejo llevar por la presión social, por lo que se usa, por el consumismo, por la cultura y la comunidad en la que me muevo?
- ¿Me da miedo ser diferente y exponer mi vulnerabilidad y prefiero encajar en todo y fundirme con mis pares con todas sus consecuencias? (esto es válido si te apropias de ello, lo reconoces y decides vivir así)
- ¿Pierdo mi equilibrio y mi paz interior con facilidad?
- ¿Cómo adquiero mi centro, que me mueve a tomar mis decisiones, cómo enfrento el qué dirán y soy dueño de mi vida?
- ¿Cómo cuido mi ser interior, mis pensamientos, mi visión del mundo?
- ¿Cómo me veo integralmente? ¿Me amo, respeto y admiro a pesar de mis errores? ¿Miro siempre alrededor y veo mujeres perfectas, regias y me desvalorizo nombrando todas mis carencias y debilidades?