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Volviendo a lo simple en Navidad

¡Se acabó el año y pasó volando! hay que comprar regalos y gastar un montón de dinero; hay que salir de vacaciones al menos unos días; nos toca la fiesta de la empresa y las novenas, tan bonitas como demoledoras en cuanto a cantidad de comida, trago y gastos.  La verdad de sólo escribirlo queda uno realmente cansado.

Al final, ¿qué es lo que queda de todo este corre-corre?  Parece que enero a su vez se ha convertido en el mes de la resaca y el remordimiento por los excesos cometidos al final de año y también las deudas.  ¿Valió la pena?

Es muy triste, pero lo que realmente se celebra queda escondido detrás de tanta festividad.  Desde los antiguos pueblos paganos hasta las religiones monoteístas tienen celebraciones en el solsticio de invierno donde se resalta la unión familiar en torno a la mesa, la acogida de los peregrinos, la oración y la reflexión. Se supone que se cierra el año en un ambiente de recogimiento, de agradecimiento y de expectativa por lo que viene.

El mundo consumista que nos arrastra hoy en día con su publicidad muy bien lograda nos lleva a pensar que la forma de demostrar el amor es a través de regalos.  También que el cierre de ciclos debe hacerse a lo grande con fiesta incluida.  Y hoy en día es casi una obligación dar regalos a todas las personas a riesgo de que se sientan ofendidas si no se hace.  Las empresas también se ven «obligadas» a cerrar el año con grandes gastos para que sus colaboradores se sientan a gusto.  Y así con todo…

Pero en realidad, existen necesidades más importantes que un juguete de moda o una pieza de ropa.  Y entregar si así lo deseamos hacer, y nos es posible, algo que perdure y que realmente resuelva una necesidad a alguien es mucho más significativo que dar regalos con presupuesto limitado.

Cada uno de nosotros es responsable por la vida que vive y el significado que le da.  Esta es una poderosa verdad.  Si no nos gusta como vamos y para donde vamos, está en nuestras manos cambiar nuestro destino y encontrar un nuevo camino. 

Es cuestión de desprendernos un poco del «qué dirán» y actuar de acuerdo a lo que es verdaderamente valioso para nosotros.  Ser conscientes de que el exceso de consumismo  muchas veces nos arrastra pero que no es lo que realmente somos.  Comprar intencionalmente, dando un significado a lo que compramos, pensando más en las necesidades que en la moda o los  avisos publicitarios y pensando también en la huella que queremos dejar en las personas y en el planeta.

En este mismo sentido es dejar el miedo a perdernos de algo, o de que nos dejen fuera.  Ese mismo miedo que nos hace asistir a todos los eventos inclusive a costa de dejar a nuestra propia familia por «cumplir» los compromisos que tenemos.  En realidad, ¿es lo que queremos? pasar los días con personas que no significan nada para nosotros, o  excedernos en comida y bebida para «demostrar» que somos el alma de la fiesta, que somos importantes?

Los invito a reflexionar cómo podemos ser más creativos en la temporada festiva y de cierre;  cómo podemos lograr un fin de año empresarial que le quede a los colaboradores para toda la vida.  Cómo podemos solventar las necesidades reales de alguien y hacer un cambio en su vida.  Menos regalos superfluos, menos árboles de navidad atiborrados del juguete de moda, menos licor, y más experiencias y momentos significativos con los que amamos.

Podemos poco a poco ir coloreando nuestros encuentros de sentido profundo, de amistad, de significado.  Una vida simple llena de valores y de lo que realmente nos importa.

¡Resetea tu vida!

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