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Ser humanas es ser imperfectas… y eso está bien

Cada día escucho más acerca de la sororidad; ese tema de empatizar y comprendernos más como mujeres, de trabajar unidas y dejar de vernos como competencia; de ser solidarias, compasivas y ayudarnos entre nosotras. 

Me sorprende que tengamos siquiera que hablarlo, que darle un nombre y hacerlo racional, cuando debería ser algo natural, entre nosotras.

Pero también me parece que a las mujeres se nos ha exigido tanto para poder sobresalir, -lo que de paso también me parece absurdo-, que al final muchas caen en la trampa del perfeccionismo, afectando todo a su paso. 

Al ser perfeccionistas, creemos que sólo lo que nosotras hacemos personalmente, está bien hecho.  Juzgamos a otras mujeres, a los compañeros de trabajo en general, a nuestras parejas, amistades e hijos con una vara tan alta, que les quitamos cualquier posibilidad de éxito hasta en las tareas más pequeñas.  Y cómo los juzgamos desde esa altura tan grande, terminamos haciéndolo todo para que «quede bien». 

Las cargas son enormes. Trabajamos muchas horas fuera de casa para llegar a ella y continuar haciéndolo.  Eso es lo que ven nuestros hijos y crecen con ese ejemplo, que queda muy inscrito en el cerebro y el “machismo” se perpetúa impulsado por ese perfeccionismo femenino. 

Por supuesto, esto es sólo una pequeña arista en el tema del feminismo, pero es una en la que podemos influir y desde la educación de nuestros hijos podríamos darle un verdadero vuelco a todo el tema si nos pusiéramos a la tarea las mujeres, permitiendo a nuestras parejas hacerse cargo de los asuntos domésticos y de crianza compartida que les corresponden.

Al final, en gran medida la culpa la tiene el hecho de que estamos siempre siguiendo lo que dicta la cultura, la sociedad en su mayoría patriarcal, la moda, las costumbres y un largo etc… que hace que no podamos ser nosotras mismas, sino que estemos cumpliendo con estereotipos físicos impuestos y roles femeninos esperados.

Cuando una mujer logra desprenderse de todo este lastre que cargamos por generaciones, es cuando realmente logra florecer, ser ella misma, aceptarse con sus imperfecciones, saberse fuerte, valiente y corajuda aún en su vulnerabilidad y valorarse como es, sin tener que estar igualando a nadie, ni demostrando absolutamente nada.  Ahí se logra ser verdaderamente auténtica y se alcanza una vida llena de sentido, plena y feliz por lo menos en la identidad personal y el amor propio.

El perfeccionismo nos quita el orgullo de ser mujeres, de vivir empoderadas y cumplir los sueños propios.  Nos lleva a compararnos con los hombres en lugar de apreciar nuestra unicidad y valorar la diferencia.  Nos aleja de la realidad de otras mujeres y en general de los seres humanos y nos sitúa en una posición de superioridad difícil de sostener; nos hace sentir inmensamente solas, cuando podríamos unir fuerzas y ser poderosas y cambiar realmente el mundo aportando nuestras cualidades y nuestra originalidad.

Te invito a repensarte como mujer; a mirar a tu alrededor y crear nuevas formas de sororidad que no estén basadas en la comparación sino en la autenticidad. 

Aprovechar eso que nos hace únicas y especiales y que al final nos lleva a plantarnos frente a las injusticias y la desigualdad. A educar a nuestros hijos en la conciencia de que hombres y mujeres somos igual de especiales y valiosos como seres humanos, que no es cuestión de imponer roles de poder sino de compartir vidas aportando lo mejor de cada uno como persona. Y dejar de lado tanto perfeccionismo y aceptar que todas las debilidades e imperfecciones son una oportunidad para crecer y mejorar en comunión con los demás seres humanos.

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