Al compararnos perdemos confianza en nosotros mismos, se desdibuja el autoconcepto que tenemos de nosotros, lo que realmente queremos alcanzar y soñamos; perdemos la paz interior, el norte, el sentido; imaginamos un futuro que no es propio. Es algo de lo que muchas veces ni nos damos cuenta, pero que ahora con las redes sociales se ha convertido en una constante que nos hace mucho daño y mata la creatividad, nos volvemos imitadores y nos conformamos con estar en la masa pero queriendo destacar en ella. Pertenecer y sobresalir. Ser iguales pero mejores…
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Es todo un tema que pasa desapercibido. Nos comparamos inconscientemente, con alguien que hace algo mejor o peor que nosotros, y puede tener efectos positivos y negativos. A veces nos sentimos insuficientes y otras nos sentimos mejores que… y eso puede hacernos felices o infelices dependiendo hacia donde nos movemos. Nos puede impulsar a ser mejores o nos puede desmoralizar al no poder ser como los demás. Inclusive nos podemos deprimir y llegar a perder nuestra identidad.
Estarnos comparando no se asocia con satisfacción, alegría y amor sino con miedo, vergüenza, rabia y tristeza.
Cuando tenemos una persona enfrente que es mejor/peor, en diferentes áreas, alguien muy inteligente, o muy guapo, no podemos evitar la comparación, pero sí que tanto nos afecta o en qué dirección lo hace. Eso dependerá no sólo de nuestra voluntad y fortaleza interior sino de qué tanto nos conocemos y estamos conformes con nosotros mismos o nos valoramos en ese aspecto específico. También puedes leer Expectativas basadas en nuestra perfección
Todo es cuestión de perspectiva, porque hay personas a las que algo les parece súper interesante y a otras les tiene sin cuidado. La comparación es personal, dependiendo de nuestros intereses y desde donde nos movemos. No se trata de resignarnos sin más, sino que nuevamente entra en juego la aceptación personal para poder ser quienes somos y tomar decisiones que nos lleven a ser lo que queremos ser, sin aislarnos del mundo pero sin dejarnos afectar por todo lo que nos rodea.
El problema está en que hoy en día es más difícil alejarnos de la comparación. En un mundo hiperconectado tenemos modelos diferentes que emergen ante nuestros ojos y oídos en multitud de espacios y es difícil alejarnos. Hasta el más consciente y trabajado interiormente cae muchas veces en las garras de la comparación y debe hacer alarde de toda su voluntad para parar y asimilar lo que se le presenta, alejarse o discernir y no dejarse influenciar por ello.
La comparación genera diferentes emociones como la envidia, los celos, la admiración, la reverencia y el resentimiento como lo explica Brené Brown en su libro Atlas del corazón (Brown 2021).
A través de sus investigaciones, Brown nos señala que al estar mirando al otro y comparándonos con él, podemos sentir admiración por sus habilidades y querer mejorar para alcanzar una mejor versión. Son inspiración en nuestro camino por la vida. Otras veces lo que se genera es envidia o celos, cuando queremos algo que el otro tiene o cuando tememos perder algo valioso que ya tenemos. Ambas surgen también de la comparación con los demás, que también nos lleva a competir para lograr, pero no siempre desde un ambiente sano sino en ocasiones hostil y motivado por la rabia o la tristeza y el miedo, y siempre con consecuencias sociales y personales complejas.
Igualmente el compararnos y comparar lo que hacemos, un ambiente competitivo y la ausencia de habilidades emocionales y comunicativas dan origen al resentimiento, que muchas veces asociamos con la rabia, pero que el estudioso de las emociones de Yale, Marc Brackett PhD (Brown 2021) nos muestra que está asociado más con la envidia. Y es que no es lo que los otros nos hacen, sino lo que nosotros no somos capaces de expresar, que nos hace sentir frustrados, juzgados, enojados ante algo que percibimos como injusto y no somos capaces de poner límites adecuados. Nos vemos afectados por cosas que no podemos controlar, como los pensamientos de los demás, lo que sentimos o sus reacciones y volcamos todo nuestro resentimiento en el otro, en lugar de darnos cuenta de lo que nos pertenece a nosotros. Nos convertimos en víctimas de alguien que ni siquiera sabe que es nuestro verdugo.
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Cuando maduramos, logramos entender que la comparación no necesariamente tiene que ser competencia, que podemos ser iluminados por el otro y decidir trabajar en nosotros si eso es lo que se necesita. Podemos elegir que hacemos con lo que vemos en los demás, podemos decidir cómo nos afecta y usarlo en nuestro favor. Si nos conocemos bien, nos aceptamos, vivimos una vida auténtica, somos capaces de reconocer nuestros puntos por mejorar y trabajar en ellos. Y de esa forma, la comparación sana y dosificada nos lleva al crecimiento personal, a reafirmar nuestra personalidad y ser cada día mejores.
Te invito hoy a ser consciente de cuándo estás comparando algún aspecto de tu vida con alguien y parar para preguntarte si es algo acertado, si es real, qué emoción te produce y por qué, si crees que es algo que debes tomar en consideración y trabajarlo, etc…. Todo empieza por ser conscientes de lo que estamos haciendo y sintiendo. Que no se nos convierta en una forma de criticarnos, juzgarnos, sentirnos mal.
Si necesitas ayuda, te puedo acompañar a trabajar en lograr tu empoderamiento personal. Escríbeme a emilyatallah@gmail.com
Con cariño, Emily