En la comunicación entre personas, entran en juego muchos elementos y muy importantes, ya que de ellos depende nuestro entendimiento mutuo y las relaciones interpersonales que desarrollemos durante nuestra vida.
Básicamente todos aportamos un cuerpo, unos valores y creencias, unas expectativas, un pasado y unas vivencias, unos sentidos, unas habilidades para hablar y expresarse, un cerebro, etc… Unos en mayor o en menor medida trabajados, explorados y mejorados.
La comunicación funciona en tiempo presente, uno frente al otro captamos con nuestros sentidos la apariencia personal, la voz, el olor, el tacto en algunas ocasiones, y la mente nos dice el significado de cada sensación dependiendo de nuestra experiencia pasada, con nuestros padres, figuras de autoridad, aprendizaje y habilidades. Es decir que algo nos puede parecer molesto, -por ejemplo si detectamos un tono de voz fuerte que nos recuerda castigos en nuestra niñez-, o un olor característico de algo que nos parecía agradable puede resultar en un recuerdo inconsciente amable que nos llevará a relajarnos y desear continuar con la conversación.
Casi todo el mundo nos recuerda a otra persona, y podemos identificar a quien está en frente, con aquella. Ambas personas pasamos por lo mismo y no sabemos a ciencia cierta, que piensa, siente o intuye aquel que está en frente. Adivinamos e imaginamos, y muchas veces todo esto se convierte en hechos para nosotros, que nos llevan a tener una opinión del otro y unos sentimientos determinados aun antes de empezar a hablar. Podríamos reaccionar desfavorablemente hacia el otro, y este no comprender que sucede, sintiéndose confuso e incluso, formándose otra opinión errada sobre nosotros (antipatía, superioridad, etc…)
La comunicación con el otro depende de que tanto queremos compartir de nosotros mismos, si somos abiertos o tenemos algo que esconder, de cuál es nuestro estado de ánimo y si queremos que el otro se entere. Somos realmente abiertos, francos y directos?
Normalmente escondemos nuestro interior y nuestras comunicaciones son superficiales. Formamos barreras para que los demás no se enteren de nuestros sentimientos, tendemos a mostrar sólo la parte amable, lo bueno y queremos que la opinión sobre nosotros sea inmaculada. Estamos condicionados por lo que piensen los demás y tenemos estándares preestablecidos que nos impiden ser auténticos.
El tono de voz que utilizamos es muy importante, ya que muchas veces hasta las palabras pueden pasar inadvertidas por un tono inadecuado. Hablaríamos diferente si nos oyéramos más a menudo. Tonos impositivos, condescendientes, burlones. El tono delata nuestro pensamiento y el otro se da cuenta antes que nosotros mismos, generando una reacción adversa.
Nos hemos escuchado ante un micrófono? En una grabación? Casi siempre nos parece una voz ajena, fuerte. La grabación no distorsiona, así nos oímos realmente. La voz puede modularse, educarse. Con un poco de práctica, podemos hacer que nuestra voz sea dulce, tranquila, serena, o si lo queremos, fuerte e impositiva. El tono de voz puede constituirse en una barrera en la comunicación cuando siempre sonamos como dando órdenes (y para nosotros es “ser sinceros, directos y claros”). La voz es la que nos ayuda a captar el sentido de las palabras y es por eso importante que concuerde con lo que realmente queremos expresar.
“La falta de conocimiento de cómo lucimos, sonamos y cómo nuestro tacto es sentido por otros, es muy común y también es responsable de muchas desilusiones y sufrimientos dentro de las relaciones humanas. Lo que es muy importante recordar, es que está uno en el presente, en el aquí y el ahora. Los ojos ensombrecidos por los errores de lo pasado y el temor de lo futuro, limitan la perspectiva y ofrecen poca oportunidad de crecimiento o cambio”. (Satir, V. 2002)
La distancia física es un punto importante también. Demasiado cerca, invade el espacio propio, pero muy lejos, crea tensión en la relación. Para una buena comunicación, aproximadamente un metro de distancia es lo ideal. Especialmente cuando se es niño, existe una gran distancia con el adulto que siempre está a una gran altura! Nos comunicamos siendo pequeños y mirando para arriba durante muchos años, así que terminamos sintiéndonos pequeños siempre, y con puntos de vista equivocados de nosotros mismos y de nuestros padres.
El adulto está cómodo con sus brazos abajo y el niño incómodo con su brazo hacia arriba. Lo lógico es que intente soltarse, lo cuál será interpretado como algo negativo y el adulto se enojará. Tal vez el niño solo quería ponerse cómodo.
Para tener una comunicación efectiva, es importante estar al mismo nivel, frente a frente. En el caso de los niños, para hablar con ellos será muy importante ponernos a su nivel o ellos al nuestro. Debe haber contacto visual y no olvidar que en los niños la comunicación con sus padres es la primera experiencia que forma las imágenes y expectativas, que le ayudarán a tener comunicaciones efectivas cuando crezca.
Las buenas relaciones humanas dependen en gran medida de la interpretación que hagamos de las intenciones del otro. El lenguaje se compone no solo de palabras, sino de expresiones corporales, sonidos y actitudes que nuestra mente debe leer entre líneas y formar un conjunto con un mensaje concreto. En últimas, las palabras son solo una parte, ya que su significado depende de muchas variables.
En la comunicación, el escuchar y el mirar deben ser resultados de una atención total hacia el otro. Cuando nos comunicamos, debemos centrarnos en eso, dejando de lado cualquier otra actividad… y no solo por respeto! Pagamos un precio muy elevado cuando no vemos o no oímos con precisión y luego hacemos suposiciones ante las que nos comportamos como si fueran hechos.
La atención al otro debe ser total. Que pasa cuando en nuestro interior empezamos a hacernos preguntas? A formarnos opiniones? A reflexionar antes de que el otro haya terminado su idea?
Aunque le miremos fijamente, y el otro crea que estamos al 100% en la conversación, tendremos que inventar o adivinar lo que quiso decir, o terminaremos por pensar que dijo lo que nosotros quisimos que dijera. Cuando nos centramos en nuestros pensamientos, dejamos de escuchar y empezamos a aparentar o simular. Es fácil malinterpretar a la gente, haciendo conjeturas sobre lo que quieren decir.
También hay personas que creen que no importa la forma como digan las cosas, ya que todo el mundo tiene la obligación de entender lo que dicen u omiten. Virgina Satir (2002) lo nombra como el “método de la telepatía” y lo ejemplifica con el caso de un joven cuya madre lo acusaba de romper un convenio entre los dos, según el cual él debía decirle a ella cuándo iba a salir. Él insistió en que sí se lo había dicho. Como prueba, le dijo: «Me viste planchar la camisa el otro día y sabes que nunca me plancho una camisa a menos que tenga que salir».
Otro de los problemas es el descuido al hablar. No somos claros, ni nombramos específicamente las cosas. Creemos que por nuestra experiencia todos entenderán lo mismo que nosotros. Cuando decimos a un niño: “Deja de hacer eso”, ¿A que se refiere eso? O a un adolescente: “Pórtate bien” ¿Exactamente cómo, qué esperamos de él/ella? Debemos ser claros cuando hablamos y referirnos al comportamiento que deseamos sin pretender que ellos nos entiendan y actúen como nosotros lo esperamos. No asumamos que la otra persona está en sintonía con nosotros y entiende lo que para nosotros es obvio.
Damos por descontado, que si el otro vive con nosotros, nos ama, nos conoce, entonces sabrá lo que pensamos, queremos etc… Muchas veces no se demuestran los sentimientos porque se cree que los demás ya los conocen. Nos es más fácil expresar lo que no nos gusta, que decirle a alguien que lo apreciamos.
Si logramos una comunicación abierta y fluida donde todos los elementos del mensaje van en la misma dirección, se suavizarán las rupturas, los desacuerdos, se minimizarán las diferencias, se logrará el entendimiento entre las personas. No será necesario culpar a otros, desenredar malentendidos, calcular nuestros pensamientos y respuestas.
Cuando somos abiertos y francos, podemos disculparnos al cometer un error, escuchar la crítica sin reaccionar violentamente, evaluar nuestras acciones y ofrecer alternativas. Cuando somos abiertos mostramos nuestros sentimientos, abiertamente, sin dar pie a las suposiciones, libremente. No damos a entender algo que no somos, que no sentimos, que no queremos. Y evitamos problemas.
La comunicación debe ser transparente, sin ambigüedades. El mensaje, sencillo y directo. Debe ser total, es decir, que expresamos con nuestras palabras, lo mismo que nuestro cuerpo, nuestro tono de voz, nuestra mirada. Si es enojo, lo es, porque estamos realmente enojados. No hay lugar a zalamerías, ni sonrisitas, pero tampoco al irrespeto ni al insulto. Cuando somos francos no tenemos la necesidad de que nuestras palabras aumenten de calibre para que el otro entienda lo que queremos decir, ni es necesario gritar, pues queda claro el punto.
La persona franca inspira confianza, se sabe cuál es la situación con ella, y se siente uno bien en su presencia. La posición es una de entereza y de libre movimiento. Esto no se alcanza de la noche a la mañana, se cometerán errores, habrá siempre alguien a quien no le guste, habrá críticas, muchas muy útiles. Pero se logrará una comunicación sincera, donde lo que se expresa es lo que se siente y lo que se cree por convicción y no porque se tenga miedo de perder el respeto de los demás.
El ser abierto te permite tener integridad, sentido de responsabilidad, honradez, competencia, eficacia. El no serlo te lleva a actuar por conveniencia, sin convicciones, como una veleta donde lo lleva el viento que mas le presiona. Genera ineficacia, soledad, deshonestidad.