
Estos días hemos estado hablando sobre la perfección y todos los regalos que perdemos al ponernos esa máscara que no nos deja ver quienes somos en realidad. Cómo la perfección nos aleja de los demás y hace que juzguemos a otros y a nosotros mismos con una vara imposible de alcanzar.
Para poder amar y amarse, hay que poder SER.
La aceptación personal incondicional es clave para el bienestar psicológico de la persona y para la compasión por el otro. Aceptarse sin tener que ser o hacer determinadas cosas o tener un cierto comportamiento o vivir de alguna manera específica… y no estoy hablando de ser unos cafres mal educados y cometer todo tipo de atropellos sin más. Estoy hablando de conocernos como personas dignas con un valor inmenso, que vivimos en comunidad y que aportamos cada día lo que somos a los demás y al mundo. El aceptarnos implica saber que aunque queremos ser mejores cada día, es necesario trabajar en ello y que tendremos dificultades mayores en unas áreas de nuestra personalidad que en otras. Es saber que fallaremos muchas veces, que fracasaremos otras más. Que al dar vida a una idea, puede ser que no salga bien y sea necesario volver a empezar una y otra vez. Que nuestra perseverancia tal vez decaiga, que la pereza nos visite pero que siempre nuestra voluntad será mas fuerte y podremos oponernos a todos los retos personales que se nos presenten si actuamos dirigiéndonos hacia lo que es más valioso.
Así que para llegar a ese nivel de aceptación debemos perdonar nuestras caídas, no para quedarnos ahí, sino para entender que siempre somos posibilidad. Si no nos perdonamos, nos damos palo todo el tiempo y nos recriminamos por no ser lo que «deberíamos» ser; nos quedamos estancados y no vemos que el crecimiento está en el volver a intentar corrigiendo lo que falló. El perdón nos fortalece, aumenta nuestra autoestima pero de forma sana. Esa percepción y valoración de lo que hacemos y somos que no depende únicamente de el éxito final sino del trabajo llevado a cabo para lograrlo.
Esta forma de amarnos es también una forma de vivir auténtica es decir, propia. Es saber que somos únicos e irrepetibles y que hacemos las cosas con ese modo original de ser que nos identifica. Si nos estamos comparando, no lograremos adueñarnos de nuestras decisiones y nuestra vida será una colcha de retazos de los demás. Como decía Theodore Roosevelt «la comparación es la ladrona de la felicidad», lo que quiere decir, que aunque somos seres en comunidad, para quienes es importante y está en nuestro ADN el pertenecer a diferentes grupos, debemos pertenecer aportando nuestra originalidad y no compitiendo por lo mismo pero mejor.
Te invito el día de hoy a conocerte cada vez mejor, interiorizar tus valores para vivir por convicción y aceptarte y aceptar a los demás sin imponer características, comportamientos y condiciones determinadas sino desde la mirada del amor y la posibilidad para lograr vernos siempre como una identidad personal en crecimiento y perdonarnos por el pasado dejándolo atrás.