A veces nos parece que algunos temas son obvios para todos pero lo cierto es que cuando nos restringimos de hablar o hacer algo, muy probablemente somos nosotros mismos quienes nos perdemos de experimentar algo valioso. Esto me pasa a menudo, cuando juzgo a priori situaciones y personas porque me parece que no van con lo que yo pienso en general de las cosas.
En ocasiones he desechado la idea de conocer a alguien más profundamente porque sus primeros comentarios me han parecido insulsos o carentes de todo interés. Me he encontrado haciendo juicios sobre alguien que probablemente nada tienen que ver con su ser integral. Sólo se refieren a una parte, a un momento determinado en una circunstancia precisa y no necesariamente me indican quien es como persona. También las expectativas que tenemos sobre alguien nos llevan a radicalizar posiciones propias y ajenas cuando en realidad son sólo expectativas. Espero de alguien que haga o diga algo y si no lo hace, se va a la lista negra.
Lo cierto es que muchas veces por esa falta de flexibilidad con el otro y lo que piensa nos perdemos de conocer a alguien valioso, de tener un encuentro enriquecedor y nutrirnos de los demás seres humanos y de su pensamiento y forma de ver la vida. Es difícil, si. Creemos que no somos compatibles con alguien que no piensa igual que nosotros o no tiene las mismas creencias ni se expresa igual. Pero creo que esa es nuestra falta de visión integral del ser humano, es decir, de verlo como un todo: en su parte biológica con una herencia y un ambiente que lo han influido. En su parte psicológica y social con unos pensamientos, sentimientos y emociones propias, con una red de apoyo y un lugar en el mundo y en su parte espiritual, con unas interacciones con lo que le rodea y la forma en que deja huella en el mundo y en los demás.
Tener una mente abierta a nuevas experiencias, vivencias y posibilidades nos lleva a no dejarnos de sorprender por todo lo que esta a nuestro alrededor. Cuando perdemos esa capacidad de sorpresa se pierde también la alegría por la vida y se cae en la rutina del «deber ser», de cumplir responsablemente pero sin pasión.
Cuando nos damos oportunidades, la vida nos va preguntando diferentes cosas y espera de nosotros una respuesta. Un mundo de posibilidades se abre para nosotros y se nos muestra el camino del sentido, de vivir con pasión, plena y felizmente. El sentido de vida está ahí, en nuestro trabajo, en nuestra familia y amigos, en lo que nos rodea inclusive en el sufrimiento y los problemas. Sólo debemos encontrarlo y eso se logra con una actitud de apertura a la novedad, de ser los dueños de nuestra vida y nuestros sueños. No de seguir a otros como borregos sino de interiorizar y hacer nuestras las decisiones que tomamos de acuerdo con lo que nos es valioso.
Eso es actuar con convicción, vivir la vida con pasión y arriesgarnos a lo que pueda venir, incluso… a experimentar la felicidad!
Te invito a reflexionar el día de hoy sobre las ocasiones en que te cierras a lo nuevo, pones barreras a otros y a las experiencias. Y tomes la decisión de abrir tu mente un poquito cada vez. De pronto te encuentras con algo o alguien extraordinario.